SOLO EL AMOR PUEDE TRANSFORMAR AL MUNDO

Lo único que puede transformar el mundo es eso que se llama Amor; pero la mente destruye el Amor.
Necesitamos estudiar nuestra propia mente, observarla, investigarla profundamente, comprenderla verdaderamente. Sólo así, sólo haciéndonos amos de sí mismos, de nuestra propia mente, mataremos al matador del Amor, y seremos felices de verdad.

Aquellos que viven fantaseando a lo lindo sobre el Amor, aquellos que viven haciendo proyectos sobre el Amor, aquellos que quieren que el Amor opere de acuerdo a sus gustos y disgustos, proyectos y fantasías, normas y prejuicios, recuer­dos y experiencias, etc., jamás podrán saber realmente lo que es Amor. De hecho, ellos se han convertido en enemigos del Amor.

Es necesario comprender en forma íntegra lo que son los procesos de la mente en estado de acumulación de experien­cias.

El maestro, la maestra, regañan muchas veces en forma justa, pero a veces, estúpidamente y sin verdadero motivo, sin comprender que todo regaño injusto queda depositado en la mente de los estudiantes. El resultado de semejante pro­ceder equivocado suele ser la pérdida del Amor para el maes­tro, para la maestra.

La mente destruye el Amor y esto es algo que los maes­tros y maestras de escuelas, colegios y universidades no de­ben olvidar jamás.

Es necesario comprender a fondo todos esos procesos mentales que acaban con la belleza del Amor.

No basta ser padre o madre de familia; hay que saber amar. Los padres y madres de familia creen que aman a sus hijos e hijas porque los tienen, porque son suyos, porque los poseen como quien tiene una bicicleta, un automóvil, una casa.

Ese sentido de posesión, de dependencia, suele confun­dirse con el Amor, pero jamás podría ser Amor.

Los maestros y maestras de nuestro segundo hogar que es la escuela, creen que aman a sus discípulos, a sus discí­pulas, porque les pertenecen como tales, porque los poseen, pero eso no es Amor. El sentido de posesión o dependencia no es Amor.

La mente destruye el Amor y sólo comprendiendo todos los funcionalismos equivocados de la mente, nuestra forma absurda de pensar, nuestras malas costumbres, hábitos auto­máticos, mecanicistas, manera equivocada de ver las cosas, etc., podemos llegar a vivenciar, a experimentar de verdad eso que no pertenece al tiempo, eso que se llama Amor.

Quienes quieren que el Amor se convierta en una pieza de su propia máquina rutinaria, quienes quieren que el Amor camine por los carriles equivocados de sus propios prejui­cios, apetencias, temores, experiencias de la vida, modo egoís­ta de ver las cosas, forma equivocada de pensar, etc., acaban de hecho con el Amor porque éste jamás se deja someter.

Quienes quieren que el Amor funcione como “yo quiero” como “yo deseo”, como “yo pienso”, pierden el Amor por­que Cupido, el dios del Amor, no está dispuesto jamás a de­jarse esclavizar por el yo.

Hay que acabar con el yo, con el mí mismo, con el sí mismo para no perder el niño del Amor.

El Yo es un manojo de recuerdos, apetencias, temores, odios, pasiones, experiencias, egoísmos, envidias, codicias, lujuria. etc., etc.

Sólo comprendiendo cada defecto por separado, sólo es­tudiándolo, observándolo directamente no sólo en la región intelectual sino también en todos los niveles subconscientes de la mente, va desapareciendo cada defecto, vamos mu­riendo de momento en momento. Así, y sólo así, logramos la desintegración del yo.

Quienes quieren embotellar el Amor dentro de la horri­ble botella del yo, pierden el Amor. Se quedan sin él, porque el Amor jamás puede ser embotellado.

Desgraciadamente la gente quiere que el Amor se com­porte de acuerdo con sus propios hábitos, deseos, costumbres, etc. La gente quiere que el Amor se someta al yo y eso es completamente imposible porque el Amor no le obedece al yo.

Las parejas de enamorados, o mejor dijéramos apasio­nados, suponen que el Amor debe marchar fielmente por los carriles de sus propios deseos, concupiscencias, errores, etc., y en esto están totalmente equivocados.

“¡Hablemos de los dos!”, dicen los enamorados o apa­sionados sexualmente, que es lo que más abunda en este mundo. Y luego vienen las pláticas, los proyectos, los anhe­los y suspiros. Cada cuál dice algo, expone sus proyectos, sus deseos, su manera de ver las cosas de la vida, y quiere que el Amor se mueva como una máquina de ferrocarril por los carriles de acero trazados por la mente.

¡Cuán equivocados andan esos enamorados o apasionados! ¡Qué lejos están de la realidad!

El Amor no le obedece al yo, y cuando quieren los cónyuges ponerle cadenas al cuello y someterlo, huye dejando a la pareja en desgracia.

La mente tiene el mal gusto de comparar. El hombre compara una novia con otra. La mujer compara un hombre con otro. El maestro compara a un alumno con otro, a una alumna con otra, como si todos sus alumnos no mereciesen el mismo aprecio. Realmente toda comparación es abomina­ble.

Quien contempla una bella puesta de Sol y la compara con otra, no sabe realmente comprender la belleza que tiene ante sus ojos.

Quien contempla una bella montaña y la compara con otra que vio ayer, no está realmente comprendiendo la belle­za de la montaña que tiene ante sus ojos.

Donde existe comparación no existe el Amor verdadero. El padre y la madre que aman a sus hijos de verdad, jamás los comparan con nadie, les aman y eso es todo.

El esposo que realmente ama a su esposa, jamás comete el error de compararla con nadie, la ama y eso es todo.

El maestro o la maestra que aman a sus alumnos y alum­nas, jamás los discriminan, nunca les comparan entre sí, les aman de verdad y eso es todo.

La mente dividida por las comparaciones, la mente escla­va del dualismo, destruye el Amor.

La mente dividida por el batallar de los opuestos no es capaz de comprender lo nuevo, se petrifica, se congela.

La mente tiene muchas profundidades, regiones, terre­nos subconscientes, recovecos, pero lo mejor es la Esencia, la Conciencia, y está en el centro.

Cuando el dualismo se acaba, cuando la mente se torna íntegra, serena, quieta, profunda, cuando ya no compara, en­tonces despierta la Esencia, la Conciencia, y ése debe ser el objetivo verdadero de la Educación Fundamental.

Distingamos entre objetivo y subjetivo. En lo objetivo hay consciencia despierta. En lo subjetivo hay consciencia dormida, subconsciencia.

Sólo la conciencia objetiva puede gozar el conocimien­to objetivo.

La información intelectual que actualmente reciben los alumnos y alumnas de todas las escuelas, colegios y univer­sidades es subjetiva ciento por ciento.

El conocimiento objetivo no puede ser adquirido sin conciencia objetiva. Los alumnos y alumnas deben llegar primero a la auto-conciencia y después a la consciencia objetiva.

Sólo por el camino del Amor podemos llegar a la conciencia objetiva y el conocimiento objetivo.

Es necesario comprender el complejo problema de la mente si es que de verdad queremos recorrer el camino del Amor.
Samael Aun Weor.
Educación Fundamental.

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