Necesidad y Codicia

La codicia es la causa secreta del odio, y de la brutalidades del mundo. Estas últimas suele asumir muchas veces aspectos legales. La codicia es la causa de la guerra y de todas las miserias de este mundo. Si queremos acabar con la codicia del mundo, debemos comprender profundamente que ese mundo está dentro de nosotros mismos. Nosotros somos el mundo.

¿Por qué el dinero ha asumido tan inmensa importancia en nuestra vida?. ¿Acaso dependemos exclusivamente de él para nuestra propia felicidad psicológica?. Todos los seres humanos necesitamos pan, abrigo y refugio, esto se sabe, pero, ¿por qué esto tan natural y sencillo hasta para las aves del cielo, ha asumido importancia y significación tan tremenda y espantosa?. El dinero ha asumido tal valor exagerado y desproporcionado porque psicológicamente dependemos de él para nuestro bienestar. El dinero alimenta nuestra vanidad personal, nos da prestigio social, nos brinda los medios para lograr el poder. El dinero ha sido usado por la mente con fines y propósitos totalmente diferentes de los que tiene en sí mismo, entre los cuales está cubrir nuestras necesidades físicas inmediatas. El dinero está siendo utilizado con propósitos psicológicos, esa es la causa por la cual el dinero ha asumido una importancia exagerada y desproporcionada.

Necesitamos dinero para tener pan, abrigo y refugio, esto es obvio, pero cuando el dinero se convierte en una necesidad psicológica, cuando lo utilizamos con propósitos diversos de los que tiene en sí mismo, cuando dependemos de él para conseguir fama, prestigio, posición social, etc., entonces asume (el dinero) ante la mente una importancia exagerada y desproporcionada, de aquí se origina la lucha y el conflicto por poseerlo.

Es lógico que tenemos necesidad de conseguir dinero para satisfacer nuestras necesidades físicas (para tener pan, abrigo y refugio) pero si dependemos del dinero exclusivamente para nuestra propia felicidad y satisfacción personal, entonces somos los seres más desgraciados de la Tierra. Cuando comprendemos profundamente que el dinero solo tiene por objeto proporcionarnos pan, abrigo y refugio, entonces le ponemos espontáneamente una limitación inteligente; el resultado de esto es que el dinero ya no asume ante nosotros esa importancia tan exagerada que tiene cuando se convierte en una necesidad psicológica.

El dinero en sí no es bueno ni malo, todo depende del uso que hagamos de él. Si lo utilizamos para el bien, es bueno, si lo utilizamos para el mal es malo.

Necesitamos comprender a fondo la verdadera naturaleza de la sensación y de la satisfacción. La mente que quiera llegar a comprender la verdad debe estar libre de estas trabas.

Si queremos de verdad libertar el pensamiento de las trabas de la sensación y satisfacción, tenemos que empezar con aquellas sensaciones que son para nosotros más familiares y establecer allí el adecuado cimiento para la comprensión. Las sensaciones tienen su lugar adecuado y cuando las comprendemos profundamente en todos los niveles de la mente, no asumen la estúpida deformación que ahora tienen. Muchas personas piensan que si todo orden de cosas marchase de acuerdo con el partido político al cual pertenecen y por el cual luchan siempre, entonces tendríamos un mundo feliz, lleno de abundancia, paz y perfección. Ese es un concepto falso porque realmente nada de eso puede existir si antes no hemos comprendido individualmente el verdadero significado de las cosas.

El ser humano es demasiado pobre internamente y por eso necesita del dinero y de las cosas para su sensación y satisfacción. Cuando alguien es pobre internamente, busca externamente dinero y cosas para complementarse y buscar satisfacción. Es por eso que el dinero y las cosas materiales han tomado un valor desproporcionado, y que el ser humano esté dispuesto a robar, mentir y explotar a cada instante. A eso se debe la lucha entre el capital y el trabajo, entre patronos y obreros, entre explotadores y explotados, etc.

Son inútiles todos los cambios políticos sin haber comprendido antes nuestra propia pobreza interior. Pueden cambiarse una y otra vez los sistemas económicos, puede alterarse una y otra vez el sistema social pero si no hemos comprendido profundamente la íntima naturaleza de nuestra pobreza interior, el individuo creará siempre nuevos medios y caminos de obtener satisfacción personal a costa de la paz de los otros.

Es urgente comprender profundamente la naturaleza íntima de este mismo, si es que realmente queremos ser ricos internamente. Quien es rico internamente es incapaz de explotar al prójimo, es incapaz de robar y mentir. Quien es rico internamente está libre de las trabas de la sensación y satisfacción personal. Quien es rico internamente ha hallado la felicidad.

Necesitamos el dinero, es cierto, pero es necesario comprender profundamente nuestra justa relación con éste. Ni el asceta ni el avaro codicioso han comprendido jamás cual es nuestra justa relación con el dinero. No es renunciando al dinero, ni codiciándolo como podemos llegar a entender nuestra justa relación con éste. Necesitamos comprensión para darnos cuenta inteligentemente de nuestras propia necesidades materiales sin depender desproporcionadamente del dinero.

Cuando comprendemos nuestra justa relación con el dinero, termina de hecho el dolor del desprendimiento y el sufrimiento espantoso que nos produce la competencia. Debemos aprender a diferenciar entre nuestras necesidades físicas inmediatas y la dependencia psicológica de las cosas. La dependencia psicológica de las cosas crea la explotación y la esclavitud.

Necesitamos dinero para cubrir nuestras necesidades físicas inmediatas. Desgraciadamente la necesidad se transforma en codicia. El yo psicológico, percibiendo su propia vaciedad y miseria, suele darle al dinero y a las cosas un valor distinto al que tienen, un valor exagerado y absurdo. Así es como el yo quiere hacerse sentir, deslumbrar al prójimo con las cosas y el dinero. Hoy en día nuestra relación con el dinero se basa en la codicia.

Alegamos siempre necesidad. para justificar codicia. La codicia es la causa secreta del odio, y de Las brutalidades del mundo. Estas últimas suelen asumir muchas veces aspectos legales. La codicia es la causa de la guerra y de todas las miserias de este mundo. Si queremos acabar con la codicia del mundo, debemos comprender profundamente que ese mundo esta dentro de nosotros mismos. Nosotros somos el mundo. La codicia de los demás individuos esta den­tro de nosotros mismos. Realmente todos los individuos viven dentro de nuestra propia conciencia. La codicia del mundo está dentro del individuo. Sólo acabando con la codicia que llevamos dentro terminara la codicia en el mun­do. Sólo comprendiendo el proceso complejo de la codicia en todos los niveles de la mente, podemos llegar a experimentar la Gran Realidad.

PRACTICA

Acuéstese Ud. en forma de estrella abriendo piernas y brazos de derecha a izquierda.
Concéntrese ahora en sus propias ne­cesidades físicas inmediatas.
Medite Ud. reflexione en cada una de esas necesidades.
Adormézcase tratando de descubrir por si mismo, donde termina la necesidad y donde comienza la codicia.
Si su práctica de concentración y meditación interna es correcta, en visión interna descubrirá cuáles son sus legitimas necesidades y cual la codicia.
Recuerde que sólo comprendiendo profundamente la necesidad y la codicia podrá Ud. establecer cimientos verdaderos para el correcto proceso del pensar.

LA AMBICIÓN
La ambición tiene varias causas, y una de ellas es eso que se llama miedo.

El humilde muchacho que en los parques de las lu­josas ciudades limpia el calzado de los orgullosos caballeros, podría convertirse en ladrón si llegase a sentir miedo a la pobreza, miedo a sí mismo, miedo a su futuro.

La humilde modistilla que trabaja en el fastuoso almacén del potentado, podría convertirse en ladrona o prostituta de la noche a la mañana si llegase a sentirle miedo al futuro, miedo a la vida, miedo a la vejez, miedo a sí misma, etc.

El elegante mesero del restaurante de lujo o del gran ho­tel, podría convertirse en un gángster, en un asaltante de ban­cos o en un ladrón muy fino, si por desgracia llegase a sentir miedo de sí mismo, de su humilde posición de mesero, de su propio porvenir, etc.

El insignificante insecto ambiciona ser elefante. El pobre empleado de mostrador que atiende a la clientela y que con paciencia nos muestra la corbata, la camisa, los zapatos, ha­ciendo muchas reverencias y sonriendo con fingida manse­dumbre, ambiciona algo más porque tiene miedo, mucho mie­do, miedo a la miseria, miedo a su futuro sombrío, miedo a la vejez, etc.

La ambición es polifacética. La ambición tiene cara de santo y cara de diablo, cara de hombre y cara de mujer, ca­ra de interés y cara de desinterés, cara de virtuoso y cara de pecador.

Existe ambición en aquel que quiere casarse y en aquel viejo solterón empedernido que aborrece el matrimonio.

Existe ambición en el que desea con locura infinita ser alguien, figurar, trepar y existe ambición en aquel que se ha­ce anacoreta, que no desea nada de este mundo porque su única ambición es alcanzar el cielo, liberarse, etc.

Existen ambiciones terrenales y ambiciones espirituales. A veces la ambición usa la máscara del desinterés y del sa­crificio.

Quien no ambiciona este mundo ruin y miserable, ambi­ciona el otro; y quien no ambiciona dinero, ambiciona pode­res psíquicos.

Al yo, al mí mismo, al sí mismo, le encanta esconder la ambición, meterla en los recovecos más secretos de la men­te, y dice luego: “Yo no ambiciono nada, yo amo a mis se­mejantes, yo trabajo desinteresadamente por él bien de todos los seres humanos”.

El político “zorro” y que se las sabe todas, asombra a veces a las multitudes con sus obras aparentemente desinte­resadas; mas cuando abandona el empleo, es apenas normal que salga de su país con unos cuantos millones de dólares.

La ambición disfrazada con la máscara del desinterés suele engañar a las gentes más astutas.

Existen en el mundo muchas gentes que solo ambicio­nan no ser ambiciosas.

Son muchas las gentes que renuncian a todas las pompas y vanidades del mundo porque sólo ambicionan su propia auto perfección íntima.

El penitente que camina de rodillas hasta el templo y que se flagela lleno de fe, no ambiciona aparentemente nada y hasta se da el lujo de dar sin quitar nada a nadie, pero es claro que ambiciona el milagro, la curación, la salud para sí mismo o para algún familiar, o bien la salvación eterna.

Nosotros admiramos a los hombres y mujeres verdaderamente religiosos, pero lamentamos que no amen a su religión con todo desinterés.

Las santas religiones, las sublimes sectas, órdenes, sociedades espirituales, etc., merecen nuestro amor desinteresado. Es muy raro encontrar en este mundo alguna persona que ame su religión, su escuela, su secta, etc., desinteresadamente. Eso es lamentable.

Todo el mundo está lleno de ambiciones. Hitler se lanzó a la guerra por ambición.

Todas las guerras tienen su origen en el miedo y la ambi­ción. Todos los problemas más graves de la vida tienen su ori­gen en la ambición. Todo el mundo vive en lucha contra todo el mundo de­bido a la ambición, unos contra otros y todos contra todos.

Toda persona en la vida ambiciona ser algo, y la gente de cierta edad, maestros, padres de familia, tutores, etc., es­timulan a los niños, a las niñas, a las señoritas, a los jó­venes, etc., a seguir por el camino horrendo de la ambición.

Los mayores les dicen a los alumnos y alumnas: “Tienes que ser algo en la vida, volverte rico, casarte con gente mi­llonaria, ser poderoso, etc., etc.”Las generaciones viejas, horribles, feas, anticuadas, quie­ren que las nuevas generaciones sean también ambiciosas, feas y horribles como ellas.

Lo más grave de todo esto es que la gente nueva se deja marear y también se deja conducir por ese camino horrible de la ambición.

Los maestros y maestras deben enseñar a los alumnos y alumnas que ningún trabajo honrado merece desprecio. Es absurdo mirar con desprecio al chófer de taxi, al empleado de mostrador, al campesino, al limpiador de calzado, etc.

Todo trabajo humilde es bello. Todo trabajo humilde es necesario en la vida social. No todos nacimos para ingenieros, gobernadores, pre­sidentes, doctores, abogados, etc.

En el conglomerado social se necesitan todos los traba­jos, todos los oficios; ningún trabajo honrado puede jamás ser despreciable.

En la vida práctica cada ser humano sirve para algo, y lo importante es saber para qué sirve cada cual. Es deber de los maestros y maestras descubrir la vocación de cada estudiante y orientarle en ese sentido.

Aquel que trabaje en la vida de acuerdo con su vocación, trabajará con amor verdadero y sin ambición.

El amor debe reemplazar a la ambición. La vocación es aquello que realmente nos gusta, aquella profesión que con alegría desempeñamos porque es lo que nos agrada, lo que amamos.

En la vida moderna por desgracia las gentes trabajan a disgusto y por ambición, porque ejercen trabajos que no coinciden con su vocación.

Cuando uno trabaja en lo que le gusta, en su vocación verdadera, lo hace con amor porque ama su vocación, por­que sus aptitudes para la vida son precisamente las de su vocación.

Ese precisamente es el trabajo de los maestros: Saber orientar a sus alumnos y alumnas, descubrir sus aptitudes, orientarles por el camino de su auténtica vocación.

SAMAEL AUN WEOR – Educación fundamental

Puedes descargar la conferencia en word en este enlace Necesidad y codicia

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