Los Siete Cosmos

Bien, amigos: estamos aquí reunidos con el propósito de estudiar el “Rayo de la Creación”. Es urgente, indispensable, inaplazable, conocer en forma clara y precisa el lugar que ocupamos en el “Rayo vivísimo de la Creación”.

Ante todo, estimables caballeros, distinguidas damas, les suplico, encarecidamente, seguir mi discurso con infinito paciencia. Quiero que ustedes sepan que existen siete Cosmos, a saber:

PRIMERO:     PROTOCOSMOS
SEGUNDO:    AYOCOSMOS
TERCERO:     MACROCOSMOS
CUARTO:       DEUTEROCOSMOS
QUINTO:        MESOCOSMOS
SEXTO:          MICROCOSMOS
SEPTIMO:      TRITOCOSMOS

Explicación:

1º, PROTOCOSMOS: incuestionablemente, el primero está formado por múltiples Soles espirituales, trascendentales, divinales.
Mucho se ha hablado sobre el ” Sagrado Sol Absoluto “; es obvio que todo Sistema Solar está gobernado por uno de esos espirituales Soles. Esto quiere decir que nuestro juego de mundos posee su propio “Sagrado Sol Absoluto”, al igual que todos los otros Sistemas Solares del inalterable infinito.

2º, AYOCOSMOS: el segundo orden de mundos está formado, realmente, con todos los millones de Soles y Planetas que viajan a través del espacio.

3º, MACROCOSMOS: el tercer juego de mundos está formado por nuestra Galaxia, por esta gran “Vía Láctea” que tiene, como capital cósmica central, al “Sol Sirio”.

4º, DEUTEROCOSMOS: el cuarto orden está representado por nuestro “Sistema Solar de Ors”.

5º, MESOCOSMOS: el quinto orden corresponde al planeta Tierra.

6º, MICROCOSMOS: el sexto orden es el microcosmos-hombre.

7º, TRITOCOSMOS: el séptimo orden está en los mundos infiernos.

Ampliemos un poco más esta explicación. Quiero que ustedes, señores y señoras, entiendan con plena claridad lo que es realmente el primer orden de mundos: Soles espirituales extraordinarios, centelleantes, con infinitos esplendores en el espacio; radiantes esferas que jamás podrían percibir los astrónomos a través de sus telescopios.

Pensad ahora en lo que son las billonadas y trillonadas de mundos y estrellas que pueblan el espacio sin fin; recordad ahora a las Galaxias: cualquiera de estas, tomadas por separado, es ciertamente un Macrocosmos, y la nuestra la “Vía Láctea”, no es una excepción.

¿Qué diremos del Deuterocosmos? Incuestionablemente, todo Sistema Solar, no importa la Galaxia al cual pertenezca, ya sea esta de materia o de antimateria, obviamente es un Deuterocosmos.

Las Tierras del espacio son tan numerosas como las arenas del inmenso mar. Indubitablemente, cualquiera de estas, y todo Planeta, no importa cuál sea su centro de gravitación cósmica, es por sí misma un Mesocosmos.

Mucho se ha dicho sobre el microcosmos-hombre; nosotros enfatizamos la idea trascendental de que cada uno de nos, es un auténtico y legítimo Microcosmos. Sin embargo, no somos los únicos habitantes del infinito; es claro que existen muchos mundos habitados. Cualquier habitante del cosmos, o de los cosmos, es un auténtico Microcosmos.

Por último conviene saber que dentro de todo Planeta, existe el reino mineral sumergido con sus propios infiernos atómicos; estos últimos siempre se hallan ubicados dentro del interior de cualquier masa planetaria y en las infradimensiones de la naturaleza, bajo la zona tridimensional de Euclides.

Entiéndase pues, señores y señoras, que el primer orden de mundos es completamente diferente al segundo, y que cada cosmos es absolutamente desigual, radicalmente distinto.

El primer orden de mundos es infinitamente divinal, inefabe, no existe en él ningún principio mecánico, y está gobernado por la única Ley. El segundo orden está incuestionablemente controlado por las tres fuerzas primarias que regulan y dirigen toda creación cósmica. El tercer orden de mundos, nuestra Galaxia, y cualquier Galaxia del espacio sagrado, es indubitable que está controlado por seis leyes. El cuarto orden de mundos, nuestro Sistema Solar, o cualquier Sistema Solar del infinito espacio, siempre está controlado por doce leyes. El quinto orden, nuestra Tierra, o cualquier Planeta similar al nuestro, girando alrededor de cualquier Sol, se halla absolutamente controlado por veinticuatro leyes. El sexto orden cósmico, cualquier organismo humano, se encuentra definitivamente controlado por cuarenta y ocho leyes, y esto lo vemos totalmente comprobado en la célula germinal humana, constituida, como ya es sabido, por cuarenta y ocho cromosomas. Y por último, el séptimo orden de mundos está bajo el control total de noventa y seis leyes.

Quiero que vosotros sepáis, en forma precisa, que el número de leyes en las regiones abismales se multiplica escandalosamente. Es ostensible que el primer círculo dantesco, está bajo el control de 96 leyes, empero en el segundo se duplica esta cantidad, dando 192 leyes; en el tercero se triplica y en el cuarto se cuadruplica, de tal forma que se puede multiplicar la cantidad 96 por 2, por 3, por 4, por 5, por 6, por 7, por 8 y por 9. Así pues, en el noveno círculo, multiplicando 96 por 9, nos darán 864 leyes.

Si vosotros reflexionáis profundamente sobre el primer cosmos, veréis que allí existe la más plena libertad, la más absoluta felicidad, porque todo está gobernado por la única ley. En el segundo cosmos aún existe la plena dicha, debido a que está controlado por las tres leyes primarias de toda creación, empero en el tercer cosmos ya se introduce un elemento mecánico, porque estas tres leyes primarias, divinales, dividiéndose en sí mismas, se convierten en seis. Obviamente, en esto ya existe cierto automatismo cósmico, ya no son las tres fuerzas únicas las que trabajan, pues estas, al dividirse, han originado el juego mecánico de cualquier Galaxia.

Vean ustedes lo que es un Sistema Solar. Es claro que en él, ya las seis leyes se han dividido nuevamente para convertirse en doce, aumentando la mecanicidad, el automatismo, la complicación, etc.

Concretémonos ahora a cualquier Planeta del infinito, y muy especialmente a nuestro mundo terrestre. Obviamente, es más heterogéneo y complicado, debido a que las doce leyes del sistema, se han convertido en veinticuatro.

Miremos ahora francamente al microcosmos-hombre; examinemos la célula germinal y encontraremos los cuarenta y ocho cromosomas, viva representación de las cuarenta y ocho leyes que controlan todo nuestro cuerpo. Obviamente, al dividirse estas cuarenta y ocho leyes en sí mismas, originan las noventa y seis del primer círculo dantesco.

Quiero pues que ustedes, señores y señoras, comprendan el lugar que ocupamos en el “Rayo de la Creación”.

Alguien dijo que “infierno” viene de la palabra “infernus”, que en latín significa “región inferior”. Así enfatizó la idea de que el  lugar que nosotros ocupamos en la región tridimensional de Euclides, es el infierno, por ser, según él, el lugar inferior del cosmos. Desgraciadamente, aquel que hizo tan insólita afirmación, desconocía realmente el “Rayo de la Creación”. Si él hubiera tenido mayor información, si hubiera estudiado los siete Cosmos, se hubiera dado cuenta cabal de que el lugar inferior no es este mundo físico en que vivimos, sino el séptimo cosmos, situado exactamente en el interior del planeta Tierra, en las infradimensiones naturales, bajo la zona tridimensional de Euclides.

P.- Venerable Maestro, después de escuchar con toda aten­ción y paciencia la científica exposición sobre el rayo de la crea­ción, hemos observado que al referirse al primer orden o sea al Pro­tocosmos, menciona que el movimiento, la vida corresponde a la primera ley donde impera la libertad absoluta. Se nos ha dicho, siguiendo las palabras el Gran Kabir Jesús: “Descubre la verdad y la verdad te hará libre”, debe entenderse siguiendo la ley de las analogías y las correspondencias, que para ser nosotros los hom­bres que nos movemos y tenemos nuestro ser, en el sexto orden de mundos, o sea el Microcosmos, para vivenciar la verdad y por lo tanto ser completamente libres, debemos pugnar por llegar a ser habitantes de esos mundos regidos por la única ley?

R.- Con el mayor gusto daré respuesta a la pregunta que hizo el caballero. Distinguidos señores y señoras, es indispensa­ble comprender que a mayor número de leyes, mayor grado de mecanicidad y dolor, a menor número de leyes, menor grado de mecanicidad y dolor.

Incuestionablemente en el sagrado absoluto solar, en el sol central espiritual de este sistema en el cual vivimos, nos movernos y tenemos nuestro ser, no existe mecanicidad de ninguna especie y por lo tanto, es obvio que allí reine la más plena bienaventuran­za.

Ostensiblemente debemos luchar en forma incansable por li­bertarnos de las 48, 24, 12, 6 y 3 leyes para regresar realmente al sagrado sol absoluto de nuestro sistema.

P.- Maestro, se deduce por lo explicado anteriormente, que los mundos de mayores leyes son más mecánicos y por lo tanto lógicamente más densos y materiales, quiere esto decir que los mundos infradimensionales o infernales, ocasionarán mayor sufri­miento y que por esta razón se les llama la región de las penalida­des y los castigos?

R.- Esta pregunta del auditorio, me parece bastante intere­sante y es claro que me apresuro a contestarla con el mayor agra­do.

Distinguido señor, quiero que usted sepa y que todos entien­dan, que a mayor número de leyes, mayor grado de mecanicidad y dolor.

Las 96 leyes de la primera zona infernal, resultan terrible­mente dolorosas; sin embargo, conforme tal número de leyes se multiplica en cada una de las zonas infradimensionales, también se multiplica el dolor, la mecanicidad, la materialidad y el llanto.

P.- Venerable Maestro, hemos observado que anteriormen­te nos habla usted de los nueve círculos concéntricos en la región de las infradimensiones, las cuales corresponden a los nueve círcu­los de las supradimensiones del cosmos, sin embargo, al referirse, al rayo de la creación, solamente enumera y explica siete cosmos, ¿No hay en ello alguna incongruencia?

R.- Honorable señor, es indispensable que usted haga una clara diferenciación entre los siete cosmos, los nueve cielos y los nueve círculos Dantescos de las infradimensiones naturales.

Obviamente los nueve cielos se encuentran relacionados co­mo ya hemos dicho, con las nueve regiones sumergidas bajo la epidermis de la tierra. Esto lo vió Enoch en estado de éxtasis en el Monte Moria; lugar donde edificara más tarde un templo sub­terráneo con nueve pisos interiores para alegorizar el realismo trascendental de su visión.

Es incuestionable que los nueve cielos, se hallan plenamente concretados en las esferas de Luna, Mercurio, Venus, Sol, Marte, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno. Es claro que todos estos nue­ve cielos corresponden al Deuterocosmos.

¿Queda pues aclarado en su mente, el hecho de que los siete cosmos, no son los nueve cielos?

P.- Maestro, al decirnos usted que conforme se va bajando a mayor número de leyes desde él primer cosmos hasta las regiones Infernales, la mecanicidad, el automatismo, la materialidad, se ha­ce cada vez mayor, nos hace pensar que al irnos alejando de las tres leyes primarias, nos apartamos al mismo tiempo de la voluntad di­recta del Padre, quedando a nuestra propia y miserable suerte. ¿Es éste el caso?

R.- Distinguido caballero, honorables damas, que en esté auditorio me escuchan, quiero que ustedes sepan en forma clara y precisa que más allá de todo este juego de mundos que forma nues­tro sistema solar, resplandece glorioso el sagrado absoluto solar.

Es indubitable que en el sol central espiritual, gobernado por la única ley, existe la felicidad inalterable del eterno Dios viviente; desafortunadamente conforme nosotros nos alejamos más y más del sagrado sol absoluto, penetramos en mundos cada vez más y más complicados, donde se introduce el automatismo, la mecani­cidad y el dolor.

Obviamente en el cosmos de tres leyes, la dicha es incompara­ble, porque la materialidad es menor. En esa región cualquier áto­mo posee dentro de su naturaleza interior, tan sólo tres átomos del absoluto.

Qué distinto es el tercer cosmos, allá la materialidad aumenta porque cualquiera de sus átomos, posee en su interior seis átomos del absoluto.

Penetremos en el cuarto cosmos. Allí encontramos más densa la materia, debido al hecho concreto de que cualquiera de sus áto­mos, posee en sí mismo doce átomos del absoluto.

Concretemos un poco más, si examinamos cuidadosamente el planeta tierra, veremos que cualquiera de sus átomos, posee en su naturaleza íntima 24 átomos del absoluto.

Especificando cuidadosamente. Estudiemos en detalle cual­quier átomo del organismo humano y percibiremos dentro de él mediante la divina clarividencia, 48 átomos del absoluto.

Bajemos un poco más y entremos en el reino de la más cruda materialidad, en los mundos infiernos, bajo la corteza del planeta en que vivimos y descubriremos que en la primera zona infradi­mensional, la densidad ha aumentado espantosamente porque cual­quier átomo inhumano, posee dentro de su naturaleza íntima 96 átomos del absoluto.

En la segunda zona infernal, todo átomo posee 192 átomos, en la tercera todo átomo, posee en su interior 384 átomos del ab­soluto, etc., etc., aumentando así la materialidad en forma espan­tosa y aterradora.

Al sumergirnos dentro de leyes cada vez más complejas, ob­viamente nos independizamos en forma progresiva de la voluntad del absoluto, y caemos en la complicación mecánica de toda esta gran naturaleza, Si queremos reconquistar la libertad, debemos li­berarnos de tanta mecánica y tantas leyes y volver al Padre.

P.- Querido Maestro. ¿Si no se hace la voluntad divina en el Microcosmos hombre, entonces por qué se dice “que no se mue­ve la hoja de un árbol, sin la voluntad de Dios”?

R.- Distinguido caballero, en el sagrado absoluto solar como ya hemos dicho, sólo reina la única ley; en el cosmos de las tres le­yes, aún se hace la voluntad del Padre, porque todo está gobernado por las tres leyes fundamentales; sin embargo, en el mundo de las seis leyes, ya existe fuera de toda duda una mecanicidad que en cierto sentido la hace independiente de la voluntad del absoluto. Piense usted ahora en los mundos de 24, 48 y 96 leyes.

Es obvio que en tales órdenes de mundos, la mecanicidad se multiplica independientemente del sagrado absoluto solar. Esto claro, daría paso como para decir que el Padre queda excluido de toda creación, sin embargo, es bueno que todos sepan que toda mecanicidad está previamente calculada por el sagrado sol abso­luto; ya que no podrían existir las distintas órdenes de leyes y los diversos procesos mecánicos, si así no hubiera sido dispuesto por el Padre.

Este universo es un todo dentro de la inteligencia del sagrado absoluto solar y estos fenómenos, se van cristalizando en forma sucesiva poco a poco. ¿Entendido?

P.- Venerable Maestro, nos podría usted decir la razón por la cual relaciona el siete en las leyes de la creación, organismo hu­mano y los mundos. ¿Es una tradición o es realmente una ley?

R.- La pregunta que hace el caballero, merece una respuesta inmediata. Quiero que todos ustedes señores y señoras, compren­dan con entera claridad meridiana lo que son las leyes del tres y del siete. Es urgente que sepan que los Cosmocratores, creadores de este universo en el cual vivimos, nos movemos y tenemos nues­tro ser, cada uno bajo la dirección de su Divina Madre Kundalini cósmica particular, trabajó en la aurora de la creación, desarrollan­do en el espacio las leyes del tres y del siete, a fin de que todo tu­viera vida en abundancia, sólo así pudo existir nuestro mundo. No es pues extraño que todo proceso cósmico natural, se desenvuelva de acuerdo con las leyes del tres y del siete. En modo alguno, de­be parecernos algo insólito, el que tales leyes se hallen correlacio­nadas en lo infinitamente pequeño y en lo infinitamente grande, en el Microcosmos y en el Macrocosmos, en todo lo que es, en to­do lo que ha sido y en todo lo que será.

Pensemos por un momento en los siete chacras de la espina dorsal, en los siete mundos principales del sistema solar, en las sie­te rondas de que habla la Teosofía antigua y moderna, en las siete razas humanas, etc., etc., etc. Todos estos gigantescos procesos septenarios, toda séptuble manifestación de vida, tiene por base siempre las tres fuerzas pri­marias: positiva, negativa y neutra, ¿entendido?

P.- Maestro, ¿Por qué cuando habla de la creación de los mundos, seres o galaxias, se expresa en términos tales como: es claro, es indubitable, es obvio, es natural, etc., en qué se basa pa­ra decirlo con tal seguridad?

R.- Veo allá en el auditorio, que alguien ha hecho una pre­gunta bastante interesante; y siento agrado en responderle. Señores y señoras, quiero que ustedes sepan en forma con­creta, clara y definitiva, que existen dos clases de razón, a la pri­mera la denominaremos subjetiva, a la segunda, la calificaremos como objetiva.

Incuestionablemente, la primera tiene por fundamento las percepciones sensoriales externas. La segunda es diferente, y sólo se procesa de acuerdo con las vivencias íntimas de la consciencia.

Es obvio, que detrás de los términos citados por el caballero, se encuentran realmente los diversos funcionalismos de mi propia consciencia. Utilizo tales palabras del lenguaje, como vehículos es­pecíficos de mis conceptos de contenido.

Con otras palabras, pongo cierto énfasis para decirle al caballero y al honorable auditorio que me escucha, lo siguiente: jamás utilizaría las palabras citadas por el señor, si antes no hubiese veri­ficado con mis poderes conscientivos, con mis facultades cognosci­tivas trascendentales, la verdad de todo lo que estoy afirmando. Me gusta usar términos precisos con el propósito de hacer conocer ideas exactas, eso es todo.

P.- Venerable Maestro, usted mencionó en su anterior expo­sición, la aurora de la creación, ¿nos podría explicar en qué época funcionó y de quién fue la obra?

R.- Distinguido caballero, en la eternidad no hay tiempo, quiero que todos los que en esta noche han asistido a nuestra pláti­ca, comprendan perfectamente que el tiempo no tiene un fondo real, un origen auténtico legítimo.

Ciertamente y en nombre de la verdad, debo decirles a uste­des que el tiempo es algo meramente subjetivo, que no posee una realidad objetiva, concreta y exacta.

Lo que existe realmente es la sucesión de fenómenos: sale el sol y exclamamos, son las seis de la mañana, se oculta y decimos; son las seis de la tarde, han transcurrido doce horas. ¿Pero  en que parte del cosmos están esas horas, ese tiempo? ¿Podemos acaso agarrarlo con la mano, ponerlo sobre una mesa de laboratorio? ¿De qué color es ese tiempo, de qué metal y substancia está he­cho? Reflexionemos señores, reflexionemos un poco, es la mente la que inventa el tiempo, porque lo que verdaderamente existe en forma objetiva es la sucesión de fenómenos naturales; desgracia­damente nosotros cometimos el error de ponerle tiempo a cada movimiento cósmico.

Entre el salir y el ocultarse el sol, ponemos nuestras queri­das horas, las inventamos, las anotamos al movimiento de los astros, más éstas son una fantasía de la mente.

Los fenómenos cósmicos se suceden unos a otros dentro del instante eterno de la gran vida en su movimiento. En el sagrado sol absoluto, nuestro universo existe como un todo íntegro, unitotal, completo. En él se procesan todos los cambios cósmicos dentro de un momento eterno, dentro de un instante que no tiene limites.

Resulta palmario y manifiesto que al cristalizarse los distin­tos fenómenos sucesivos de este universo, deviene a nuestra men­te desgraciadamente el concepto tiempo. Tal concepto subjetivo, es siempre puesto entre fenómeno y fenómeno.

Realmente el Logos Solar, el Demiurgo Arquitecto del Universo, es el verdadero autor de toda esta creación. Sin embargo, no podemos ponerle una fecha a su obra, a su cosmogénesis, porque el tiempo es una ilusión de la mente; y esto está mucho más allá de todo lo meramente intelectivo. Infierno o los mundos infiernos, existen desde toda la eternidad: Recordemos aquella frase del Dante en su Divina Comedia “Por mí se va a la ciudad del llanto; por mi se va al eterno dolor; por mí se va hacia la raza condenada: la justicia animó a mi sublime arquitecto; me hizo la divina potestad, la suprema sabiduría y el primer amor, antes que yo no hubo nada creado, a excepción de lo inmortal, y yo du­ro eternamente. ¡”Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!”.

P.- Venerable Maestro, según he podido darme cuenta, el Maestro G., coloca al mundo de las 96 leyes en la Luna, en cambio usted afirma que esa región se encuentra bajo la epidermis del organismo planetario en que vivimos, ¿podría explicarme la razón de esta divergencia de conceptos?

R.- Honorable señor, me apresuro a dar respuesta a su pregunta. Ciertamente el Maestro G., piensa que el rayo de la creación termina en la luna y yo afirmo en forma enfática que éste, conclu­ye en los mundos sumergidos, en el infierno.

La luna es algo diferente distinguidos señores, pertenece al pasado día de la creación, es un mundo muerto, es un cadáver. Los viajes de los astronautas a nuestro satélite, han venido a demostrar en forma contundente y definitiva el hecho irrefutable de que la luna es un mundo muerto. No sé como el Maestro G., se equivocó en sus cálculos. Cualquier luna del infinito espacio, es siempre un cadáver. Desafortunadamente el Maestro G., creyó fir­memente que en nuestro sistema, la luna era un mundo nuevo, que surgía del caos, que nacía.

En un pasado día cósmico, la luna tuvo vida en abundancia, fue una maravillosa tierra del espacio, pero ya murió, y en un futu­ro habrá de desintegrarse totalmente, eso es todo.

P.- Querido Maestro, de acuerdo con el Maestro G., nuestro satélite, la luna, se originó por un desprendimiento de materia te­rrestre, debido a fuerzas magnéticas de atracción tremendas, den­tro de las leyes de gravedad, formándose un mundo nuevo donde seguramente ingresan las almas perdidas a sufrir en esas regiones infradimensionales del Averno. ¿Quiere decir Maestro Samael, que el Maestro G., llegó a esta conclusión porque sus facultades cog­noscitivas eran pobres?

R.- Escucho la pregunta del señor y es claro que siento pla­cer en contestarle. En modo alguno quiero subestimar las faculta­des psíquicas del Maestro G., obviamente cumplió una misión ma­ravillosa y su labor es espléndida; sin embargo, el hombre tiene de­recho a equivocarse; es posible que él tomara esa información rela­cionada con Selene, de alguna leyenda; de alguna fuente, de algu­na alegoría, etc., etc., etc. En todo caso nosotros afirmamos en forma enfática lo que nos consta, lo que hemos podido verificar por sí mismos, directamente, sin menospreciar la labor de ningún otro Maestro.

Que de alguna colisión entre la tierra y otro planeta haya partido la Luna, o que ella haya emergido del Pacífico como sos­tiene otro respetable Maestro, son conceptos que respetamos, pero que nosotros no hemos evidenciado prácticamente.

Afirmo en forma contundente y con cierto énfasis y me limi­to exclusivamente a exponer con mi razón objetiva lo que por mí mismo he podido ver, oír, tocar y palpar.

Jamás en todo el cosmos, hemos llegado a saber que alguna luna se convierta en mundo habitable, cualquier iniciado bien des­pierto, sabe por experiencia directa, que los mundos como los hombres y las plantas y todo lo que existe, nace, crece, envejece y muere.

Es ostensible que cualquier planeta que fallece, de hecho y por derecho propio, se convierte en un cadáver, en una luna. Nuestro planeta tierra, no será una excepción y pueden estar ustedes seguros señores y señoras, que después de la séptima raza humana, se convertirá también en una nueva luna.

Seamos pues exactos. Yo soy matemático en la investigación y exigente en la expresión. Tenemos métodos, sistemas y procedi­mientos, mediante los cuales podemos y debemos ponernos en contacto con esos mundos infiernos; entonces reconoceremos el realismo de la Divina Comedia del Dante, quien ubica el infierno, bajo la epidermis del planeta tierra.

Si hay Infierno, sí hay Diablo, sí hay Karma. V.M. SAMAEL AUN WEOR

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