LA LLORONA

PREGUNTA

Cuando era niño oía de mis padres y familiares los relatos de la muy conocida “Llorona”, la cual se manifestaba periódicamente a los hombres que atravesaban llanuras o lugares solitarios en el transcurso de la noche.

Estos hombres eran seducidos por una bella mujer que les salía al paso y que los incitaba al amor, pero al corresponder ellos a su invitación, ella soltaba una carcajada muy penetrante, escuchándose después un llanto muy amargo que helaba la sangre, desapareciendo como un velo blanco que se perdía en las sombras de la noche.

¿Nos podría explicar esta manifestación, Maestro, que es muy conocida en muchos lugares de diferentes países?

RESPUESTA

Distinguido amigo, créame que siento gran placer al responderle. Su relato me parece bastante interesante.

Ciertamente debo decirle que esto de la “Llorona” es leyenda popular en todos los países del mundo.

No quiero subestimar la palabra “leyenda”; realmente tal término sirve de vehículo a muchas tradiciones que suelen escaparse a la historia.

En los relatos hay muchas veces más realidades de las que la gente supone.

Después de esta pequeña descripción necesaria para aclarar términos, me permito decirle que no hay lugar en el planeta Tierra donde no se haya oído hablar alguna vez sobre la “Llorona”.

En lo que a mí cabe como investigador ocultista, le diré lo siguiente: en cierta ocasión, por allá en algún pueblo, las gentes me informaron sobre las insólitas apariciones de la “Llorona” a la orilla de un riachuelo.

No está de más contarle con cierto énfasis que yo me propuse investigar el caso personalmente.

Para tal efecto, hube de trasladarme al lugar de referencia, al sitio indicado por las gentes y en altas horas de la noche.

Es obvio que debía hacer las investigaciones de rigor, y eso lo sabe cualquier Esoterista y por ello procedí según arte.

La consabida mujer metafísica vino a mí; eso es ostensible.

La interrogué en la siguiente forma: “¿Es usted la “Llorona?”

“Sí, lo soy”, respondió la aludida, y luego intentó dar sus famosos alaridos o gritos dolorosos con aquellas tan conocidas exclamaciones: “¡Ay, mis hijos!” ¡Ay, mis hijos!” Pero yo estaba en guardia y es claro que no consiguió atemorizarme, pues dice el dicho que soldado avisado no muere en guerra.

“¿Es usted bruja?”, –le pregunté– “Sí soy”, –me respondió– “¿Pertenece usted al salón de la brujería?” “Sí” –respondió de nuevo–.

La mujer aquella estaba vestida toda de negro y un largo manto del mismo color envolvía su cuerpo de cabeza a pies; usaba sandalias y era como una sombra entre las sombras mismas de la noche.

El rostro de aquella aparición era pálido, sus ojos negros y penetrantes, su nariz roma, su labio más o menos vulgar.

Sintiéndose vencida, aquel fantasma de la noche se alejó por la rivera del riachuelo, caminando despacito, despacito.

PREGUNTA

¿Entonces esta mujer sólo era un fantasma?

RESPUESTA

Estimable señorita, me permito decirle que en cierto sentido sí, eso era, pero tenía una tremenda realidad; era una bruja ciertamente de esas que concurren al salón de la brujería de Salamanca, España.

Samael Aun Weor

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