El Principe de este Mundo

Otra noche, la más quieta, la más callada el místico solitario comprendió que era la hora y el día. Todo estaba listo, había limpiado su estómago, estaba preparado.

El místico se adormeció tranquilo, se convirtió en un espía de su propio sueño. El viejo místico espiaba secretamente a su propio sueño. Cuando el anciano comprendió que su cuerpo dormía, se levantó de su lecho. El resultado fue el desdoblamiento astral. Ese tenía que ser el resultado inevitable. Así es como uno se desdobla.

Cuando el viejo iniciado estuvo fuera de su cuerpo, flotó deliciosamente en su Cuerpo Astral. Entonces el viejo se quedó estático contemplando el cielo estrellado. La noche era magnífica, sublime, inefable. Lleno de gran entusiasmo el místico clamó lleno de gran amor y dijo:

“Maestro cúmpleme lo que me prometiste, ya es hora”.

Así habló el solitario y de la Juratena vino una orden telepática. Se le ordenó  al místico descender al abismo. El místico obedeció en el acto y descendió presurosamente a esa región conocida en el Oriente como Avitchi, octava esfera sumergida, la región donde habitan los adeptos de la mano izquierda,  los Bons del Tíbet, los Quetes Rojos, los tenebrosos que siguen las enseñanzas tántricas de Belcebú, Gurdjieff. Procedentes del clan Dagdugpa, señores de las tinieblas denunciados por el gran Maestro Francisco A. Propato.

Allí en esas regiones encontró el místico horribles maldades, cosas imposibles de describir con palabras, cosas inenarrables. Esos tenebrosos odian el Shamballa, dicen que el Shamballa es la ciudadela de terror, afirman que el Shamballa es lo negativo, la violencia, la fuerza fohática ciega, etc., etc., y cincuenta mil y más cosas absurdas. Realmente los servidores del Mahamara oficial odian al Shamballa porque allí vive el Cristo con su cuerpo que  resucitó al tercer día de entre los muertos. En el Shamballa viven también con el Cristo Jesús, muchos grandes Maestros cuyos cuerpos datan de millones de años atrás, hijos de la Resurrección. Por todos estos motivos los discípulos de Bohns y Dugpas, odian a Shamballa.

En el abismo el viejo iniciado fue atacado por bestias horribles. En el abismo el viejo místico comprendió que tendría que luchar contra el mundo, el demonio y la carne a fin de lograr algún día la Iniciación Venusta. Realmente el Tau es el cuarto sendero. La senda de los arhates gnósticos.

Allí en el abismo, encontró el viejo místico un horrible cementerio, un panteón espantoso y fatal. Ese era el panteón de sus recuerdos, el cementerio del ayer lleno de tumbas y tumbas. Las tumbas de los recuerdos. Las cosas del ayer, realmente el “yo”, el “mí mismo”, el Ego, no es más que un manojo de recuerdos.

El anciano vagó por entre los sepulcros del pasado y sobre cada losa sepulcral vio una llama fatua que ardía, la llama del pensamiento. Ciertamente el pensamiento es una función de la memoria. Sólo terminando con el doloroso

proceso del pensar, adviene a nosotros la Verdad. Todo lo entendió el solitario, todo lo comprendió y cuando quiso salir de aquel cementerio horrible, vio un grupo de gigantescos espectros que en la enrejada puerta funeral le cerraban el paso. También vio allí una pobre Alma que sufría lo indecible y no podía salir de aquel cementerio porque los espectros del ayer le cerraban el paso. Esa Alma sufría lo indecible.

Junto al místico iban algunos chelas que acercándose a la pobre víctima la bendijeron. Luego se acercó el místico y comprendió que esa era su pobre Alma esclavizada del ayer, atrapada por el Némesis, por el Karma, por la horrible Rueda del Sansara.

El viejo místico se movía en esos instantes en su propio Ser Interno, el Intimo. Estaba lleno de éxtasis y acercándose a su pobre Alma la bendijo lleno de amor. Entonces aquella Alma exclamó así: “¿Por qué veo sobre tu cabeza una luz azul tan divina, tan distinta a la de tus compañeros?”

¡Ah! –exclamó el místico–, es la luz de mi amor, ¡Alma mía, ven, sígueme!” Y enfrentándose el místico a los gigantescos espectros funerales que cerraban el paso, sacó fuera a su pobre Alma que sufría lo indecible.

El místico elevó su Alma a los mundos de la luz, y dirigiéndose luego por un estrecho y tortuoso sendero llegó con ella a la puerta angosta y difícil del Sanctum de la Gran Luz.

Allí en la puerta del Sanctum inefable de la Gran Luz, lo aguardaba su santo Gurú. El místico amaba a su Gurú. Todo lo que el místico había aprendido se lo debía a su Gurú.

El Gurú de Oramamme era un lemur. Ese lemur tenía el Elixir de Larga Vida. Ese lemur había nacido en Lemuria y conservaba el cuerpo lemur con el maravilloso Elixir de Larga Vida.

El Sendero Tau nos conduce a la liberación final. El Sendero Tau nos confiere el Nirvana y si renunciamos al Nirvana, podemos pedir entonces el Elixir de Larga Vida.

El Arcano A.Z.F., es el fundamento básico del Sendero Tau. El yogui que no haya recibido el Arcano A.Z.F., en el Aryabarta Ahsram, no será jamás otra cosa que un teorizante inútil, un repetidor de luces prestadas, eso es todo.

Cuando el viejo místico quiso entrar al Sanctum, su Alma se transformó en un escorpión que le hirió su mano con el aguijón. Ciertamente el escorpión simboliza los órganos sexuales. Nosotros fuimos heridos por el escorpión.

Nosotros salimos del Edém por la puerta del sexo. Sólo por esa puerta podemos retornar al Edém. El Edém es el mismo sexo. El místico se asombró al ver su Alma convertida en escorpión.

Esto nos recuerda la constelación Escorpión. Realmente Escorpio influye sobre los órganos sexuales. Empero el escorpión nos hiere con su aguijón. Salimos del Edém por las puertas del sexo. Sólo por esa puerta podemos retornar al Edém. El Edém es el mismo sexo.

El viejo iniciado penetró entonces en la cámara de la Luz Santa donde resplandece el Espíritu Universal de Vida. Aquella divina y terrible cámara estaba iluminada por una luz blanca inmaculada que no hacía sombra por ninguna parte, y que daba vida a todo lo que tocaba. Oramamme estaba estático entre tanta belleza. De pronto sus ojos se fijaron en un hermosísimo cuadro que había sobre una mesa. Era un cuadro delicioso, un cuadro del Mártir del Calvario, allí se veía el Gólgota en toda su terrible belleza divina.  El místico se quedó absorto contemplando aquel magnífico cuadro que ni un Miguel Ángel, ni un Rafael, ni un Velázquez hubieran podido describir con tanto realismo. Aquel cuadro tenía vida. Allí se veía el gran acontecimiento  del Gólgota, allí estaba el Gran Maestro crucificado en el Monte de las Calaveras. Sus heridas sangraban, sangraban todos sus estigmas y la sangre caía sobre la tierra sagrada. Se veían a lo vivo sangrar aquellas heridas. El cuadro tenía vida. No era un cuadro muerto. Era un cuadro viviente. El Sol se ocultaba en el occidente entre nubes rojas de sangre. Sudaba el Adorable sangre viva. Todo era allí infinito amor y dolor. A los pies de la gran cruz se veían las calaveras de los ajusticiados. Realmente ese es el Monte de las Calaveras, lugar donde se crucificaba a los delincuentes. La gran cruz frente al Sol que se ocultaba en el poniente, proyectaba sobre el Monte de las Calaveras una sombra de muerte, la sombra de la cruz.

El místico lleno de dolor contemplaba aquella sombra. Sin embargo aquella sombra tampoco era inerte. Parecía perfilarse, moverse, tenía vida propia.

La sombra iba tomando forma humana. De pronto asume la real figura del ser humano y se sienta resueltamente frente al viejo místico que sorprendido la contempla.

Aquella sombra parecía una mujer vestida con túnica negra. Empero, no tenía ojos, tenía cuencas. Era un espectro vestido de negro, era la muerte.

Aquella figura desencarnada, horrible, miraba terriblemente al viejo místico. Miraba con sus cuencas funerales. Estaba dotada de una fuerza hipnótica terrible.

El viejo místico se enfrentó a ella valerosamente, cara a cara, frente a frente. La lucha hipnótica y magnética fue mortal. Empero Oramamme venció y el horrible espectro de la muerte se sintió vencido. Entonces el místico exclamó:

“¡Huye delante de mis pasos hasta la consumación de los siglos. Tú serás mi esclava y yo seré tu señor!”

La vencida muerte se levantó de su asiento y salió por la puerta de aquella cámara santa. El místico se fue tras de aquella y siguiendo por la puerta, la siguió por el tortuoso sendero que conducía a aquella cámara santa. De vez en cuando la muerte trataba de regresarse para combatir al solitario místico. Entonces el anciano extendía su mano hacia ella y le decía lleno de victoria:

“¡Huye delante de mis pasos hasta la  consumación de los siglos, tú serás mi esclava y yo seré tu señor!”

¡Al fin, la muerte huyó definitivamente. Entonces el viejo iniciado se cubrió de gloria. Había vencido a la horrible y desencarnada muerte!

Alegre por el triunfo, el viejo místico regresó a la cámara santa, siguiendo el angosto y estrecho sendero que conduce a la Gran Luz.

Alegre por el triunfo, el viejo místico regresó a la cámara santa para comunicarle su triunfo al Maestro. Realmente el anciano estaba que desbordaba de alegría. Se sentía ser un héroe, hablaba con una voz que lo asombraba a él mismo, era la voz de su Dios Interno. ¡Quería contarle todo a su Maestro! Había vencido a la muerte, se sentía victorioso.

Cuando el místico entró en la cámara santa encontró a su Gurú sentado en un hermoso diván. Entonces extendiendo la mano derecha el Gurú, señaló algo terrible y dijo: “¡Y ese es el Administrador!” (el administrador de la muerte). Entonces el místico vio un gigantesco esqueleto vestido de príncipe medioeval. Vestía aquel espectáculo pantalones de terciopelo que le llegaban hasta las rodillas, medias largas y blancas muy elegantes, zapatos de charol con grandes hebillas y una antigua casaca de terciopelo elegantísima como las que se usaban por los siglos catorce o quince.

Aquel esqueleto gigantesco miraba con sus grandes cuencas, y tenía una actitud imponente, desafiante, terrible. El místico se enfrentó al horrible espectro con ánimo de vencerlo, pero el esqueleto vestido de Príncipe de este Mundo era superior a todas sus fuerzas. El místico regresó a su cuerpo espantado en gran manera.

Ciertamente el Príncipe de este Mundo es el “yo psicológico” que todos llevamos dentro.

Samael Aun Weor

Distingamos entre el Ser y el “yo”. El Ser es el Intimo, el Alma Universal dentro de nosotros mismos. El Ser trasciende al “yo” porque es universal.

El “yo” es el Príncipe de este Mundo, altivo y perverso. Muchas escuelas filosóficas hablan contra la personalidad, defienden la vida impersonal, pero

cometen el error de divinizar al “yo”, de pregonar a los cuatro vientos la existencia de un “yo dizque divino” de “un yo superior”, etc.

Ese es un error gravísimo porque el Ser, el Intimo, la Mónada, el Jivan-  Atman, Purusa, o como queramos llamarle, es una gota de la gran Alma dentro de nosotros mismos, una gota del océano, una chispa de la gran hoguera. El  Ser trasciende al “yo” y al egoísmo. El espíritu individual no existe, sólo  existe el Espíritu Universal de Vida. Hay que acabar con la individualidad porque todos somos Uno. Sólo existe el Espíritu Universal de Vida, ese gran Espíritu Universal de Vida tiene como el mar, olas grandes y pequeñas; dioses y devas, elementales y hombres. El Intimo del hombre y de la bestia, del Dios y de Deva no son sino diversas modificaciones del Espíritu Universal de Vida.

La gota debe sumergirse en el océano, y el océano, en la gota. H.P.B., dijo:

“La herejía de la separatividad es la peor de las herejías”.

H.P.B.

Si las olas de la mar hablaran dirían así: “nosotras las olas somos todas el océano, nosotras somos el mar”.

Así es el Espíritu Universal, como el mar, todos somos Uno.

Si una ola se separa del océano para decir yo soy un individuo, yo soy un ya separado, esa sería la peor de las herejías. Lo imposible.

Samael Aun Weor

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