BOLAS DE FUEGO VERDE

En estos instantes de crisis mundial, los científicos modernos se enfrentan a un enigma del espacio; quiero referirme en forma enfática al misterio de las bolas de fuego verde. Estas bolas refulgen, rutilan, resplandecen; y luego se desvanecen como si fuesen apagadas por algún switch a remoto control y sin dejar el menor rastro.

Se nos ha dicho que los residentes de Albuquerque, N. M. están acostumbrados a esta clase de misterios, pues es ostensible que viven junto a la planta de los Álamos, de secretos atómicos. Las gentes viajeras saben muy bien que al final de la ciudad están las fuerzas armadas de la base de Sandia, lugar este donde la terrible bomba atómica es armada para desgracia de este afligido mundo. Es evidente que en el mismo Estado, se encuentra ubicado el famoso laboratorio de White Sands, especialista en la fabricación de proyectiles teledirigidos. Sin embargo a pesar de todos estos misterios, los moradores de este lugar, en cuanto vieron pasar silenciosamente una brillante bola de fuego verde a través del espacio infinito, se asombraron, quedaron admirados, sorprendidos.

En un lugar del desierto que cruza Nuevo México, un domingo por la noche de un pasado mes de Noviembre, —esto hace ya varios años—, tuvo lugar un acontecimiento misterioso.

En el cielo, las estrellas brillaban en una noche clara; por la carretera, un Jeep corría a 25 millas por hora, este era manejado por tres estudiantes de la Universidad de Nuevo Méjico; Ted Chamberlain, pasante de geología; su amigo Gus Armstrong, dueño del Jeep y el tercero, Tom Bebooy. Eran cerca de las nueve de la noche y los jóvenes regresaban de una cacería en San Agustín, cerca de Magdalena. En la parte de atrás del Jeep llevaban su cacería.

De repente, los tres cegaron por un segundo. Allá a lo lejos, en el cielo noroeste, una gigantesca bola de fuego ardía y cruzaba rápidamente el firmamento. Su cola era blanquizca, pero la bola era de un color verde radiante, como si fuera un tubo de Neón o como Chamberlain dijo, igual que el cobre cuando arde en un horno de laboratorio.

“Miren”, gritó Armstrong al mismo tiempo que perdía el control de su jeep, el cual desvió su ruta, dio una voltereta y aventó a sus ocupantes en las arenas del desierto. Sobre sus cabezas, la bola de fuego se desvaneció silenciosamente, minutos después, los tres azorados jóvenes, regresaron al jeep y se encaminaron a Albuquerque. Algo similar pasó dos noches antes. Lertes Miller y su esposa, de Palo Alto, California, venían manejando en el camino 60, cerca de Glove, Arizona. Poco antes del anochecer vieron una llama verde azulosa que se quemaba sobre sus cabezas.

“Era tan intensa que casi me salgo del camino, pues me cegué por unos segundos”, dijo Mr. Miller. Esto no era un meteoro común y corriente, (ha dicho un sabio autor). Observadores a través de mil millas, de Santa Fe, Nuevo Méjico, hasta vista California, vieron la bola de fuego verde en los cielos”.

Es incuestionable y a todas luces resalta que las bolas de fuego verde resultan radicalmente diferentes a los meteoros comunes y corrientes.

Es evidente y los observadores saben muy bien que estas bolas ciertamente son más grandes y luminosas que le bella Selene. Es obvio que ningún meteoro es así. Asombra su espantoso silencio; cualquier meteoro de ese tamaño, es ostensible que cae con grande estruendo. Todos los testigos están de acuerdo en que tales bolas dentro de nuestra atmósfera planetaria se mueven en línea recta. Es claro que cualquier meteoro grande o pequeño, al entrar en nuestro ambiente cae en curva cóncava.

Existen ahora infinitas conjeturas sobre el misterio de las bolas de fuego verde. Algunos habitantes del Oeste culpan a la bola del colapso que sufrió la torre del agua de Tucumari, Nuevo México, que mató a cuatro personas, pues las investigaciones revelaron que la bola de fuego pasó en los momentos precisos en que el colapso se produjo por un corto circuito en las líneas. Estamos pues ante un enigma tremendo y francamente no nos queda más remedio que volver a la PANSPERMIA DE ARRHENIUS. (Véase capítulo 11).

“El espectáculo de las grandes bolas de fuego verde, cruzando como relámpago los cielos, es una experiencia inolvidable; ellos como todos aquellos miles de americanos que las han visto por el sureste, se preguntan, ¿Qué es esto?”.

La respuesta a este formidable interrogante la tiene el MOVIMIENTO GNÓSTICO INTERNACIONAL cuando dice: REMOLINOS ELÉCTRICOS, VÓRTICES DE FUERZA, SE ESCAPAN DE LOS MUNDOS PORTANDO EN SU SENO GÉRMENES DE VIDA”. “TORBELLINOS ELÉCTRICOS LLEGAN A LOS MUNDOS TRAYENDO EN SUS VIENTRES GÉRMENES DE VIDA”.

El sistema solar, incluyendo a nuestro afligido mundo, es obvio que ya llegó a cierto rincón del cosmos en donde los vórtices eléctricos portadores de gérmenes vitales se han hecho visibles. Nuestro sistema solar en su viaje eterno a través del inalterable infinito ha llegado a un rincón del universo en donde eventos cósmicos jamás esperados pueden ocurrir.

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