EL DRAGÓN DE LAS TINIEBLAS

Después de las Bodas Alquímicas con esa mujer inefable que se llama GINEBRA, la Reina de los “JINAS”, hube entonces de enfrentarme valerosamente al Dragón de las Tinieblas.

Ya dije en mi pasado capítulo que la Walkiria deliciosa, exige siempre de su adorable caballero, todo género de inauditos prodigios, de valor y sacrificio.

Entre el fuego abrasador del Universo, ciertamente no existen excepciones: Hasta las DAMAS-ADEPTOS deben pelear en muchas batallas, cual épicas amazonas, cuando anhelan de verdad desposarse con el Bienamado (EL BUDDHI).

Yo pensaba que después de las Bodas Alquímicas con mi adorada, entraría de lleno en una paradisíaca luna de miel, ni remotamente sospechaba que entre las guaridas sumergidas del Subconsciente, se escondiera el izquierdo y tenebroso Mara, el padre de las tres Furias clásicas.

Gigantesco monstruo de siete cabezas infrahumanas, personificando amargamente a los siete pecados capitales…

Yo del Yo, horripilante engendro del abismo dentro del cual estaba embotellado un buen porcentaje de mi conciencia.

Al escribir estas líneas no podemos dejar de recordar aquel versículo Apocalíptico que dice textualmente: “Y fue lanzado fuera el Gran Dragón, la serpiente antigua que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles (los Yoes que constituyen el Ego), fueron arrojados con él”.

Si Miguel Arcángel y sus luminosos ángeles de la Luz Divina libraron heroicas batallas contra el Dragón, ¿por qué habría yo precisamente de ser una excepción a la regla general?

¡Válgame Dios y Santa María!, pues hasta el mismo Buddha Gautama Siddharta, hubo de librar espantosas guerras contra el Dragón horripilante MARA y sus tres asqueantes Furias.

No está de más transcribir aquí en forma oportuna, cierto versículo del evangelio Buddhista que a la letra dice:

“MARA (El Dragón de las tinieblas), profirió las amenazas que inspiran el terror, y suscitó tal huracán, que los cielos se oscurecieron y el mar rugió y palpitó. Pero bajo el árbol de Buddhi (la Higuera símbolo del sexo), el Bienaventurado permanecía tranquilo sin temer nada. El iluminado sabía que ningún mal podía acaecerle”.

¡Ah!, si el Adepto pudiese exclamar: “Yo no soy el Dragón”…, si pudiese decir: “Ese monstruo nada tiene que ver conmigo”…

Empero, está escrito claramente en el libro de todos los enigmas, que MARA es el MI MISMO, el SI MISMO, en sus estados de infraconciencia más profunda.

Zeus desde el Olimpo, gobierna el mundo, y muchas veces hacen los Dioses lo que no se espera y lo que se aguarda no sucede, y el cielo da a los negocios humanos fin no pensado. Así ha acontecido ahora.

¿Pelear contra el Dragón después de la Boda? ¡Qué sorpresa Dios mío!, extraño es lo que me pasa…

Fácil es descender a los MUNDOS-INFIERNOS; pero no lo es tanto volver. ¡Allí está el duro trabajo! ¡Allí la difícil prueba!

Algunos héroes sublimes, pocos en verdad, han logrado el regreso triunfal. Bosques impenetrables separan al averno del mundo de la luz; y las aguas del pálido río, el Cocito, trazan repliegues laberínticos en aquella penumbra, cuya sola imagen estremece.

Y rugió la gran bestia espantosamente como cuando un león ruge y se estremecieron de horror las potencias de las tinieblas.

Cuando en el inmenso bosque silano, en la sombra espléndida del Taburno, dos toros de afilados cuernos corren enfurecidos uno contra otro para pelear, los humildes pastores espantados se retiran y como es apenas natural, todo el rebaño queda allí inmóvil y mudo de terror.

Ellos con todas sus fuerzas se van llenando de terribles heridas y con todo su peso se hunden sus afilados cuernos en la carne; sus cuellos y espaldas manan roja sangre purpurina y todo el bosque profundo retiembla con sus mugidos.

Igualmente el Dragón de las tinieblas y mi alma anhelante, corrían uno contra el otro protegiéndose con sus escudos y el abismo se llenaba de estruendo.

Júpiter el venerable Padre de los Divinos y de los humanos, tiene en equilibrio, contemplando la dura brega, los dos platillos maravillosos de su balanza cósmica, y depone sobre cada uno de ellos los destinos de los dos combatientes. ¿Cuál sucumbirá? ¿En qué parte pesará la muerte? El pérfido Mara se siente invulnerable en su audacia. La esperanza y el exceso de odio le agitan.

Empuña el monstruo con su siniestra mano la temible lanza de Longinos; tres veces intenta herirme en vano; desesperado arroja contra mí el Asta Santa; eludo el golpe de la dura pica; interviene en esos precisos instantes mi Divina Madre Kundalini; se apodera de la singular reliquia y con ella hiere mortalmente al abominable engendro del infierno.

El Dragón Rojo pierde poco a poco su gigantesca estatura, se empequeñece espantosamente, se reduce a un punto matemático y desaparece para siempre en el tenebroso antro…

Terribles son los secretos del viejo abismo, océano sombrío y sin límites, donde la noche primogénita y el Caos, abuelos de la naturaleza, mantienen una perpetua anarquía en medio del rumor de eternas guerras, sosteniéndose con el auxilio de la confusión.

El calor, el frío, la humedad, la sequía, cuatro terribles campeones, se disputan allí la superioridad y conducen al combate sus embriones de átomos que, agrupándose en torno de la enseña de sus legiones y reunidos en sus diferentes tribus, armados ligera o pesadamente, agudos, redondeados, rápidos o lentos, hormiguean tan innumerables como las arenas del Barca o las de la ardiente playa de Cirene, arrastrados para tomar parte en la lucha de los vientos y para servir de lastre a sus alas veloces.

El átomo a quien mayor número de átomos se adhiere domina por un momento. El Caos gobierna como árbitro, y sus decisiones vienen a aumentar cada vez más el desorden, merced al cual reina; después de él, es ostensible que en esas regiones sumergidas sublunares el acaso lo dirige todo.

Ante aquel abismo salvaje, cuna y sepulcro de la naturaleza, ante aquel antro que no es mar ni tierra, ni aire, ni fuego, sino que está formado de todos esos elementos, que, confusamente mezclados en sus causas fecundas, deben combatir del mismo modo siempre, a menos que el LOGOS creador disponga de sus negros materiales para formar nuevos mundos, ante aquel Tártarus bárbaro, el horripilante engendro abismal exhaló su último aliento.

Entonces sucedió algo insólito, maravilloso, extraordinario. Aquella fracción de mi conciencia antes embutida entre el cuerpo descomunal del abominable monstruo, regresó al fondo de mi alma…

Samael Aún Weor

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